El término hace referencia al acto que ejerce el docente, instructor o facilitador sobre el sujeto de aprendizaje para redireccionar, reajustar, replantear o retomar algún proceso que causó cierta dificultad de adquisición en su formación.
Para que éste sea efectivo, será necesario enfocar la realimentación priorizando las debilidades encontradas en el educando, a fin brindarle información oportuna y acertada que lo motive y oriente a una autoevaluación y a la toma de conciencia para llegar a una posterior enmendadura corrección y reconfiguración de saberes.
De obviarse esta parte principal entre las funciones de un educador, se caerá en el error de crear percepciones de desinterés o despreocupación por la optimización de resultados alcanzados por los estudiantes.
Cuando surge la necesidad de dar a conocer o informar algo, es primordial tener muy en claro lo que se va a decir, debido a que la comunicación que se establece entre un emisor y el receptor, hace que el mensaje que se transmite quede a la subjetividad o percepción de quien lo recibe.
Otro factor a tomar muy en cuenta, es nuestra condición emocional en la que nos encontramos mientras se informa algo, la cual se verá reflejada en nuestras expresiones corporales o tono de voz. Es importante recalcar que para que exista una comunicación efectiva, debe existir interés por parte de quien recibe el mensaje.
Muchas veces nos pasa como educadores que antes de iniciar una clase, llevamos una estructura mental de cómo queremos abordar un tema en particular, lo cual al exponerlo verbalmente ante el grupo de estudiantes, toma ciertas tonalidades algo distintas pero que en sí, encierra el mismo mensaje propuesto. Luego de esto, entra en juego lo que los estudiantes oyeron y de todo lo que oyeron, viene la pregunta, ¿qué no más será lo que escucharon?, ¿se habrá logrado un gran nivel de comprensión de lo dicho?, este mensaje ¿habrá sido aceptado como parte de sus concepciones mentales?, ¿estará en capacidad de replicarlo?
